La primer frase que te dicen y resonará por siempre es: “lo que no entra por la cabeza entra por los pies”… así nos recibió el oficial superior hace más de 36 años cuando debí cumplir con el Servicio Militar Obligatorio o comúnmente llamada: “COLIMBA”, que traducida la sigla es: Comer-Lavar-Bailar…
Y otra de las frases contundente fue: “los huevos los dejan en la entrada del cuartel, aquí mandamos nosotros”…
Como detalle, realizamos la colimba en tiempos del Proceso de Reorganización Nacional, es decir la durante la Dictadura Militar más cruenta sufrida por nuestro país, llevada a cabo entre los años 1976 y 1983.
En estos tiempos, donde la derecha se hace presente –no casualmente- en Latinoamérica , el deseo de la vuelta a la colimba pulula como un elemento más para “organizar” la vida de los “ni”… Los que no estudian ni trabajan.
En encuentros con ex-soldados amigos las aguas están divididas, están quiénes creen que la colimba es un excelente recurso para “organizar” la vida de los adolescentes y otros como en mi caso creemos que no es la mejor alternativa superadora.
Si creo y jamás reniego de la experiencia personal y de amigos de lo que nos resultó la colimba, años después nos hemos encontrado y disfrutado enormemente de volvernos a ver. Tales encuentros estuvieron teñidos de afectos y anécdotas imposibles de borrar. El factor común que nos une fue justamente el afecto que nos hizo fuerte en momentos tan complejos como fue la colimba. Todo fue un aprendizaje y desde ya que no una opción, fue una obligación y dentro de esta -reglada por el miedo y el castigo- nos hicimos uno para todos y todos para uno. Esto era el hecho sobresaliente de los encuentros, la unidad, el afecto mutuo, la solidaridad, el compañerismo.
También estaban los otros aspectos deleznables, donde “debías” robarte una prenda de vestir para evitar un castigo y salir a ese franco tan deseado y algunas otras accionas propias del ser.
Es decir, en la colimba nos encontrábamos pibes de todos los orígenes, clases sociales, formación, etc.; y todos estábamos en el mismo escalón y no porque lo hayamos decidido nosotros, sino porque a través del miedo ni las moscas se atrevían a volar. Y donde reina el miedo, la razón brilla en las mejores ausencias. El miedo nunca es tonto, nos decían. Así de este modo todo funcionaba, la dictadura interna fijaba las normas y debían respetarse a rajatabla, sino el castigo era la consecuencia lógica, los castigos dependían del momento que llevabas como soldado; no era lo mismo un castigo al comienzo que en momentos de ser soldado avanzado o más antiguo. El maltrato físico o psicológico no tenía límites, hubo regimientos donde se han registrado desapariciones bajo la forma del “desertor” y porqué olvidar la muerte del soldado Carrasco en manos de un oficial.
Creer que la colimba resolverá los problemas de los jóvenes es un mal camino, es negar nuestro derecho básico a la educación. Es la educación y el desarrollo sostenido de un país el que justamente resolverá el problema de nuestra sociedad y a todos los que en ella vivimos.